El se�or Manuel XVI


Infidelidad El se�or Manuel XVI Podía sentir su torso desnudo contra mi piel, y mis pezones estaban tan duros, que hasta me m*****aban. Estaba totalmente echada de lado sobre su brazo y cuerpo, y mi pierna aprisionaba con su peso la suya. No sé qué me pasaba, pero me estaba dejando llevar, y sentir que era yo la que manejaba la situación me excitaba todavía más.

El señor Manuel permanecía inmóvil y expectante. Mi mano izquierda apoyaba sobre el elástico de la cintura de su pantalón de pijama. Con mucha delicadeza y sigilo bajé un par de centímetros, apoyando mi dedo meñique sobre la parte superior de la tela sin elástico, pudiendo sentir la parte baja de su vientre. Bajé otro poquito más mi mano, y noté un bulto por debajo de mis dedos meñique y anular. Estaba tocando con mis dedos su pene, que ya tenía un buen grosor. De pronto noté como al contacto de mis dedos, comenzaba a tomar dureza, y subía hacia mis otros dedos. Mis dedos se movían suavemente acariciándola, y mi excitación iba en aumento, mientras mi pierna sujetaba con fuerza la suya para atraerle más hacia mí. Lentamente, mientras agarraba firme polla, fui subiendo la mano hacia arriba, deseando agarrarla sin tela de por medio, y comencé a bajar su pantalón, pero su mano se interpuso intentando apartar mi mano que apoyaba sobre su miembro.

- Déjeme tocarle bien.

- Pero, María, pensé que estabas dormida.

- Pues ya ve cómo me he despertado.

- Eso no, hija, qué dirá tu marido. Estás casada.

- José no dirá nada, porque sueña con que le haga esto...

Y sin dejarle que saliera de su asombro, de un movimiento rápido metí la mano dentro de su pijama, pudiendo sentir el calor y la dureza de su hermosa polla.

- María... - susurró sin decir nada más.

Estaba pajeando al señor Manuel, nuestro cariñoso y buen vecino. Aún no podía creer lo que estaba haciendo. Movía mi entrepierna contra su mano, sintiendo mi raja húmeda y caliente. Estaba desatada, y el señor Manuel bloqueado y con una calentura mayor que la mía.

Me incorporé, poniéndome de rodillas sobre la cama, y coloqué las manos a ambos lados de su pijama, y le bajé los pantalones hasta quitárselos del todo, lanzándolos al suelo.

- ¡Pero María...!

Y sin darle más tiempo coloqué una rodilla entre sus piernas, y apoyando el sexo sobre su rodilla, agarré su polla de nuevo, y me agaché besando alrededor de su miembro y testículos.

- María... - susurró el señor Manuel, sin ofrecer ninguna resistencia.

Frotaba mi sexo sobre su pierna, mientras mi boca comenzó a dar besos alrededor esa zona, e intentaba retener su tacto y suave olor a piel limpia. Mis labios besaron sus grandes testículos, y mi lengua los acarició, notando un leve suspiro que salía de su interior.

- María, eso no. Nunca lo he hecho... - Dijo nuestro vecino, pero sin oponer la más mínima resistencia.

Mis labios continuaron subiendo y besando el tronco de su gran polla, y al llegar a su glande, sentí una respiración fuerte y placentera por su parte. La punta estaba empapada de líquido preseminal, y el capullo de su polla era largo, mucho más largo que el de José. Me detuve, y con suavidad pasé la punta de mi lengua por todo su glande, y al llegar al extremo húmedo y goteante, la introduje en mi boca. Estaba deliciosa. Nunca pensé que iba a disfrutar así con el sexo de otro hombre, pero era como que me perteneciera, y pudiera hacer con él lo que yo quisiera.

Comencé a introducirla en mi boca, estaba tan dura y grande. Mi sexo chorreaba y se restregaba contra su pierna. Qué rico me estaba sabiendo. Necesitaba sentirla dentro de mi sexo, pero de pronto noté como el señor Manuel comenzaba a jadear con fuerza, y su polla comenzó a latir con fuerza, llenándola de su cálido semen. Fui parando la intensidad de mi mamada para no hacerle daño, y me deleitaba disfrutando del sabor de su líquido en mi boca. Era una sensación extraña y placentera, ya que era como que ese semen fuera solo mío, y pudiera disfrutarlo y saborearlo sin ningún escrúpulo. Lo mantuve un momento dentro de mi boca, y lo tragué lentamente disfrutando hasta la última gota.

- María, ¿qué hemos hecho? - Suspiró el señor Manuel sin apenas fuerza en sus palabras.

Yo seguía tan caliente, y me dejé caer a su lado. Me abrí de piernas, y comencé a tocarme y pajearme junto a él.

- Ayúdame, Manuel, ayúdame... - le decía mientras gemía de placer

El señor Manuel se quedó inmóvil por un momento, y luego, torpemente, se giró hacia mí, y me empezó a agarrarme un pecho sin mucho arte. Le cogí la mano, y me llevé su dedo índice a mi boca, humedeciéndolo, y le guié hasta donde quería que me tocase, apoyándolo sobre mi clítoris. Otra vez me tocaba de nuevo torpemente. Le volví a agarrar el dedo, y lo metí en mi sexo, pasando a ser yo la que me comencé a acariciar el clítoris. Ahora sí se sentía deliciosamente rico. Tenía tal grado de calentura, que exploté con su dedo en mi interior.

Nos quedamos tumbados uno al lado del otro, sin decir nada, hasta que sentir como caía el señor Manuel caía en un plácido y dulce sueño desnudo junto a mí.

(Fin de la primera parte de nuestra historia).




Comentarios para Per� chicas bonitas

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