Con la chica del aseo


Infidelidad Con la chica del aseo Entre Ariadna y yo ya no nos dábamos abasto con los quehaceres domésticos y el cuidado de nuestro hijo. Las tareas cotidianas nos abrumaban y, a decir verdad, asfixiaban nuestro matrimonio, así que salió de ella misma la propuesta de contratar a una chica para que nos ayudara en la casa.

Si bien es lógico que la sola idea de una mujer más joven en casa me azuzara las gónadas, al principio no me simpatizó dicha proposición, pues tendría que desembolsar una cantidad considerable para su salario. Cantidad que en esos días ya había pensado invertir en darme el gusto de armarme mi propio gimnasio en casa. No obstante, no podía negar que la ayuda extra nos vendría bien.

Así que, una vez tomada la decisión, comencé a visualizar a la jovencita que contrataríamos. Fantaseaba con su fina o cachonda apariencia; a veces me la imaginaba jovencilla e ingenua, otras la visualizaba madura, pero bien sabrosa y experimentada. Los cachondos escenarios que aquella situación podría brindarme me tenían en vela por las noches.



Incluso cedí el cuarto donde tenía destinado hacer mi mini gimnasio para que allí se instalara la muchacha.

Fueron mis suegros quienes, al final, nos la enviaron. Venía del pueblo de mi suegra, ya que ella conocía muy bien a sus padres. Su nombre: María. Venía con buenas referencias. Una vez hubo llegado, me di cuenta que no era todo lo que esperaba, la verdad.

De veintitantos años; morocha; de frente amplia.



No obstante, pese a que no concordaba en nada con mi ideal, desde el primer momento en que la vi me visualicé penetrándola, esforzándome por hacerla gemir. Traté de no parecer demasiado obvio, pero creo que ella sí que notó mi deseo: Un día me la tendría que coger. Sólo deseé que mi esposa no percibiera aquel anhelo.

Desde su llegada se encargó de la limpieza, la comida y de cuidar al niño de vez en cuando.

Mientras la veía trabajar, María me gustaba cada día más. No es que fuera una belleza totalmente agraciada, para nada, pero es que me parecía muy pero que muy simpática. Se le notaba la frescura de esas chicas de provincia que dejan todo con tal de salir adelante. Y yo admiro a ese tipo de mujeres.

Al verla realizar la limpieza me inundaban las ganas de conocerla desnuda. De sentir su desnudez en mi piel. De morder... de aferrarme a sus prietas carnes. Esas carnes que tanto se afanaban en el trabajo.

Cuando se inclinaba de vez en cuando, yo la miraba desde sus pantorrillas, subiendo por sus piernas, hasta que éstas se transformaban en unas ensanchadas caderas, de las que ya me imaginaba afianzarme para darle unos fuertes empujones de verga.

Me daban ganas de penetrarla ahí mismo.

Como si pudiera verla sin ropa, una erección comenzaba a destacarse bajo mi pantalón. Hubo una ocasión en la que ella incluso lo notó y, para mi sorpresa, se sonrió, aunque sin decir nada. Creo que yo me avergoncé más que ella; si bien la deseaba, hasta ese momento no estaba seguro de cómo reaccionaría María a mis aspiraciones. ¿Acaso las chaquetas nocturnas hechas en su honor trascenderían de simples fantasías? Sea como sea, gracias a aquella expresión en su rostro, pude darme cuenta que existía una verdadera posibilidad de que aceptara mis bien motivadas intenciones.

Para posteriores ocasiones, yo traté de vestir con ropa que hiciera más visible mi excitación por ella. Sentado en el sillón de la sala, cuando ella realizaba la limpieza del lugar, dejaba que la erección de mi miembro resaltara bajo mi pantalón.

¡Incluso lo hacía cabecear!

Simulando que leía, observaba de reojo la reacción de María. Ella, tras haber echado un vistazo a mi entrepierna, movía la cabeza de un lado a otro y se sonreía. No había duda, ella me correspondía. Era tanta mi excitación, que llegué incluso a manchar con líquido pre eyaculatorio la tela de mi pantalón, dejando una mancha de humedad muy notoria.



Su sonrisa me alegraba el día.

Fue así que le procuré roces supuestamente accidentales, cuando se me daba la oportunidad. Luego me atreví a besarla en la cocina, mientras mi esposa no nos veía.

Tras disfrutar de aquellos maravillosos preámbulos yo ya no pude más. Ya no podía esperar más sin cogérmela. Le pedí que lo hiciéramos. Al principio se resistió, argumentando que no quería perder el trabajo. Pero logré convencerla ofreciéndole un estipendio extra.

Le pedí que, a cambio de cierta cantidad, me dejara penetrarla. María aceptó.

Estuve ansioso esperando que Ariadna estuviera fuera de casa, y eso no ocurrió sino hasta el sábado siguiente. Dado que los fines de semana María se va a su pueblo desde el sábado a medio día, le pedí que se quedara lo suficiente para no dejarla ir sin antes habérmela beneficiado.

Mi esposa estaría fuera de casa por asuntos de su trabajo, así que eso ya estaba a nuestro favor, pero aún quedaba mi hijo, ¿qué hacer con él?

Siendo el único, estaba muy consentido y casi no iba con amigos, así que no cabía la idea de llevarlo a casa de alguno. Sin embargo, se me ocurrió una idea.



Le puse una película, que de seguro ya se sabe de memoria, pues siempre la está viendo, le encanta. Esta vez yo mismo alenté aquel deseo. Tuve la precaución de subirle al volumen del televisor para que su sonido cubriera los ruidos que pudiéramos hacer en el cuarto de María.

Lo dejé así, viendo su película de dibujos animados, mientras que yo me fui con María a su cuarto.

Una vez ingresamos al pequeño cuarto, cerré con seguro, no fuera ser que mi pequeño viniera a buscarnos.
Luego tomé mi celular, ya que tenía la intención de grabar a María. Deseaba guardar buen recuerdo de nuestro primer encuentro.

María se sentó en su cama y comenzó a desnudarse. Yo le hice la plática con el fin de que no estuviera nerviosa y, además, de distraerla un tanto pues no quería que se preocupara de que la estuviera grabando. Sin embargo, gracias a la conversación, me enteré de que un antiguo novio la preñó para luego irse sin haberse hecho responsable. Fue así que se hizo de una niña que en ese momento ya tenía siete años.



Tras despojarnos de nuestras ropas quedamos, por primera vez, desnudos frente a frente. Su físico no era todo lo que hubiese deseado, pero yo ya estaba lo suficientemente caliente como para perforar lo que tuviera enfrente. Me aferré de sus dos tetas desnudas y las amasé.

Estando detrás de ella disfruté del contacto de mi sexo con sus nalgas. La llevé al espejo vertical que estaba en una de las paredes para ver nuestro reflejo al mismo tiempo que sopesaba sus mamas. Besé la piel de su cuello y espalda recorriéndola hasta llegar a sus glúteos. Al estar hincado detrás de ella, metí mi cara entre sus dos gajos de carne. Volví a incorporarme pegando de nuevo mi sexo contra su cola. Uno de mis dedos se incrustó en su sexo y sentí por vez primera su tibieza interna. Fue éste el primer invasor en su húmedo sexo pero no pretendía que fuera el único.

Con movimientos pélvicos comencé a chocar mi cuerpo con el suyo. Ella colocó ambas manos a los costados del espejo, apoyándose así en la pared mientras que yo continuaba golpeando mi pubis contra su suave trasero. Los chasquidos eran muy sonoros pero el volumen de la tele, allá afuera, era más, así que no temí que mi niño le picara la curiosidad.

Yo veía su rostro en el espejo y comprendía que ella también lo necesitaba. María quería ser penetrada. No obstante, antes le pedí que se hincara y me hiciera el favor de tragarse mi miembro al natural, ella así lo hizo. Mamó cual becerro a vaca y con tal voluntad que casi me saca la leche.

Después de su trabajo oral fui hacia mi pantalón de donde saqué un preservativo comprado para la ocasión. Tras enfundarme el pene con el profiláctico, me senté en una silla y, a su vez, le pedí que ella hiciera lo mismo pero sobre mí.

María, con cuidado, se introdujo mi pene en su raja y comenzó a darse ricos y amables sentones. Me gustó ver sus expresiones en el reflejo del espejo. La muchacha no paraba de decir que le gustaba mi ?pito? y aceleró sus rebotes. La condenada muchacha machacó mis ?tanates? (como ella le decía a mis testículos) sin compasión. Adolorido de tantos sentones de la queridísima María, la tomé de la cintura y la induje a que cambiara su movimiento vertical por otro en el que, en vez de sacarse y meterse mi miembro a sentones, lo moviera en meneos circulares.

?Bate mami, bate... como si estuvieras en la cocina. Báteme bien esos huevos ?le dije y luego reímos.

Después nos levantamos y la recargué frente al espejo para seguírmela cogiendo, esta vez parados. Me gustaba ver su rostro mientras la continuaba penetrando. Ella, apoyada en la pared, llegó a impulsarse tan fuerte hacía mí que en una de esas casi me caí de espaldas. Apenas pude librarme de un sentón en el suelo. Ella se rió diciéndome: ?¡Cuidado... que si te lastimas luego qué le decimos a tu esposa?.



Más tarde pasamos a su pequeña cama, que apenas tiene el tamaño de un diván (ahora pienso que comprarle una más grande valdría la pena). Allí tuve la oportunidad de gozar de una vista esplendorosa. Ella se colocó de a perrito, en cuatro, y yo detrás de ella me la ensarté contemplando su bello trasero; aunque sin perderme detalle alguno de sus expresiones gracias, de nuevo, al espejo que quedaba delante nuestro.



María mostró una clase de coquetería tan especial que me excitó llevándome a pasar mi brazo bajo su abdomen y así me aferré bien fuerte a ella. Empotrado como estaba, los movimientos eran limitados pero yo me sentía dichoso sólo de estar bien adentro de ella. Su reacción fue proferir algunos quejidos acompañados de la expresión: ?Ay nanita?.

Tras lo anterior la volteé para que quedara patitas al hombro. Así la seguí penetrando por un buen rato. Yo estaba lejos del clímax, no obstante tuvimos que parar cuando escuchamos la voz de mi cuñada. Había pasado a la casa a recoger unas cosas que mi mujer le había dejado.

Ni siquiera nos habíamos dado cuenta que ella ya andaba en la casa mientras nosotros estábamos duro y dale con el mete y saque, pues, en ese momento, aquel cuartito era todo nuestro mundo.

Mi cuñada, como cuenta con llave propia, había entrado a la casa y tras recoger por lo que había venido se despidió con un gritó pensando que yo estaba en la planta alta.

Tuve que vestirme para cerciorarme que la inoportuna se había ido. Luego de eso continuamos con nuestra faena que tanto nos atareaba. Mientras la seguía horadando le pedí a María que ese fin no se fuera. Le ofrecí hospedarla en un hotel y así pasar el fin de semana cohabitando fuera de casa.

Sin embargo, se negó rotundamente. Me dijo que se tenía que ir pues iba a ver a su hija a su pueblo. Como trabaja con nosotros en la capital casi toda la semana, María sólo la puede ver una vez en ese corto tiempo.

Fue así que tomé consciencia de que María es una mujer responsable. No hay duda, es una excelente madre que en vez de estar junto a su niña se mata trabajando con tal de ganar lo necesario para su sustento y educación.

Al saber que estaba frente a una madre que sacrificaba el tiempo junto a su niña para estar conmigo, me conmovió su actitud. Decidí darle una mejor gratificación cuando concluyéramos nuestra cópula. Ahora sabía que esos ingresos extra, bien ganados es justo decir, tendrían un fin más que noble. Además, ayuntar a una madre soltera, a una mujer plena, me había dejado más que satisfecho y sí que se lo había ganado.



Estuvimos abrazados por un largo tiempo, aún después de la consumación de nuestro acto. Después de sacarle mi pene, ya flácido al haber perdido su firmeza, retiré el condón y me limpié.

Mientras nos vestíamos se me ocurrió decirle:

?Si un día consideras que a tu niña le hace falta un hermanito, pues... yo con gusto te ayudo a concebirlo ?no sé de dónde me salió decirle eso pero sentí que se lo decía en serio.

Ella sonrío.

?Sí, para que no se quede solita mi hija y tenga con quien jugar, ¿no? ?me dijo, como si no le sorprendiera mi comentario.

En ese momento pensé que seguramente no era la primera vez que le hacían una oferta así.

?Pues sí?le dije.

?¿Y te harías tú responsable de él?

Quedé callado por un par de segundos, pero luego asentí.

Ambos reímos.

Luego de que ella se fue, me senté junto a mi hijo a ver la tele. Estaba muy relajado. Había descargado ?la semilla? que dicho sea de paso, había guardado por toda una semana sólo para ella. Me sentía muy bien.

En esos momentos, mientras tenía abrazado a mi único hijo, un pensamiento vino a mi cabeza: ?Y qué tal si sí, que tal si la próxima vez que le suelte otra descarga de espermas a María se lo hago sin látex de por medio. Quizás sí me decida; es más, ya estoy decidido, lo haré de manera directa y sin barrera alguna.?

Sí, estaba decidido a hacerle un hermanito, o hermanita, a estos niños. Uno que en ese momento rodeaba con mi brazo, y la niña a quien aún no conocía. Su hija y mi propio hijo compartirían un lazo en común; estaba resuelto a llevarlo a cabo.

FIN

Comentarios para Per� chicas bonitas

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